
Una sola vez me atreví a penetrar los bordes de esa nublada región y cuando el miedo a lo desconocido me hizo detenerme, me quede en espera de algún encuentro con El Furioso, ese a quien todos temen. Los vientos cruzados se agitaron aún más anunciándome así su presencia. Y al borde de la noche, su silueta apareció a lo lejos, se comenzó a acercar con decisión, abriendose paso entre la ventisca, advirtiendo que me había visto. En un momento desapareció para mi sorpresa y se formó un angustiante silencio, como un tunel que se abre para bomitar la risa más burlona, más perversa. Su aliento vició el aire y me invadió de terror, yo ya empezaba a correr con el único deseo de volver al mundo conocido. Aquella risa me siguió todo el camino, incluso cuando divisé muy cercanas las chozas pobres que se levantan al final de la barriada y cuando penetré las calles del viejo barrió.
Nunca se lo conté a nadie, pero aún al encerrarme en mi habitación dormido después de haberme embotado de cerveza, parecía oirle a lo lejos, riendo, gritando, como buscándome y por mucho tiempo quedé con la sensación de que rondaba cerca queriendo eliminarme, o a veces manifestándose en las caras de mis amigos, mis malos amigos, esas malas juntas, allí en el viejo barrio, cuando era joven.
Cuento: Javier Quijano
Ilustración hecha con tintas y témpera, aplicadas con pinceles.